Baltazar Fortuño y el barco capturado por boricuas

20160320_133438
De izquierda a derecha: Luis Fortuño Janeiro, José Emilio Fortuño y Baltazar Fortuño La Roche en Ponce, Puerto Rico.

Por Andrés Fortuño Ramírez

Entre las historias de nuestros antepasados se encuentra la de Baltazar Fortuño La Roche, el hermano de mi bisabuelo. Esta historia en particular refleja la situación en Puerto Rico a principios del S.XX, la ola de oportunistas que llegó ofreciendo falsos sueños y la entereza de un grupo de boricuas que supo decir basta.

Baltazar nació el 4 de octubre de 1864. Fue hijo de José Fortuño Ferrús, mi tatarabuelo, un político, militar y comerciante catalán que llegó a Puerto Rico a trabajar como asistente del entonces Capitán General de la Isla, Juan Prim Prats, y de Carolina La Roche Grant, una mujer francesa residente en St. Thomas, isla que para ese entonces pertenecía a Dinamarca.

Baltazar fue uno de once hermanos nacidos entre las islas de Puerto Rico y St. Thomás. Muchos de sus hermanos llegaron a ser exitosos comerciantes e industriales, otros partieron a Chile, México y los EE.UU. en busca de mejores oportunidades. Entre estos Jaime Fortuño La Roche, quien llegó a ser gobernador del Departamento Melipilla (antigua región en Santiago), Chile y director del periódico radical La Ley.

Una vez adulto, Baltazar se fue a vivir en las montañas de Puerto Rico a un pueblo llamado Utuado. Allí trabajaba en la industria del café, ya que era muy próspera en aquella región. Entendemos que su trabajo estaba relacionado a la empresa de su hermano José, quien era dueño de varias fincas dedicadas a este cultivo y tenía una tienda frente a la plaza del pueblo.

Baltazar, muy bien ubicado en este pueblo, se casó con Rosa Joaquina Janeiro y Angulo. Ambos vivían una vida relativamente tranquila. Pero como dice el viejo refrán, el hombre propone y Dios dispone. Así que en uno de esos giros que toma el destino, todo lo que pudo haberle dado el nombre a aquella bella isla del Caribe, Puerto Rico, se desvaneció tras varios acontecimientos.

Para esos tiempos España tenía en cierto abandono a sus colonias en el Caribe. Por años la Corona Española hizo caso omiso a la petición de los criollos de crear más escuelas y una universidad donde conseguir grados universitarios. En esos tiempos, los que querían estudiar tenían que irse a la madre patria o mudarse a otro país. Estaba claro. A España le convenía mantener una colonia agrícola e ignorante. Para fines del S.XIX más del 83% de la población era iletrada.

Entonces estalló la guerra Hispanoamericana en 1898 y Puerto Rico pasó a ser colonia norteamericana. Esto hizo que la moneda local devaluara y las reglas en el comercio cambiaran. Para colmo de males, el huracán San Ciriaco en 1899 destruyó cualquier esperanza de los criollos para sacar la Isla a flote. Ambos eventos cambiaron el destino de muchos en la Isla, entre estos el de Baltazar y su familia.

Toda la actividad comercial dedicada a la agricultura, el mayor sustento de los isleños, se volvió casi inexistente. Así que muchos comenzaron a bajar de las montañas para buscar mejores oportunidades en las ciudades o intentar irse del país. Razón para que muchas compañías del extranjero, sobre todo norteamericanas, aprovecharan el desespero y se llevaran la diestra mano de obra.  Entre estos oportunistas, llegó una compañía llamada Hawaiian Sugar Planters Association. Quienes llegaron ofreciendo villas y castillas.

Empleo seguro por tres años, mejores sueldos que la competencia, casa, ropa, servicios médicos, buenos acomodos y comidas incluidas durante la travesía. Lo que muchos jóvenes desesperados y otros en búsqueda de aventura tomaron como maná caído del cielo. Entre estos jóvenes aventureros se encontraba Baltazar.

Según cuentan, una mañana soleada en el pueblo de Utuado, Baltazar se levantó y se vistió como de costumbre. Le dijo a su esposa, Rosa Joaquina, que iba a buscar una pieza de pan en la panadería del pueblo. Llenó sus bolsillos con algo de dinero, algunos papeles, su reloj y el cuchillo que por años le había servido de guarda espalda. Salió por la puerta, se hinchó el pecho de aire fresco y nunca regresó de su cotidiana diligencia.

Baltazar, en busca de una mejor situación para él y su familia, más siendo descendiente de bravos militares y políticos, decidió que era hora de cambiar el rumbo y tomar las riendas de su destino. Bajó la montaña y llegó hasta el pueblo costero de Guánica, donde la compañía hawaiana esperaba por cientos de boricuas para zarpar hasta las islas del Pacífico.

El viaje sería el siguiente. Desde Guánica llegarían en barco hasta a Nueva Orleans en los EE.UU., ahí tomarían un tren cruzando toda la nación americana hasta llegar a San Francisco. Luego tomarían otro barco hasta Honolulu. Un viaje largo, tedioso, malamente controlado por militares y no bajo las condiciones que les habían prometido.

Baltazar no estaba solo, ya que un centenar de boricuas (puertorriqueños) habían tomado la misma decisión. Los barcos iban abarrotados, las condiciones no eran ideales, pero los ánimos seguían altos, ya que el viaje tan solo comenzaba. Pasaron días terribles en barco, luego dentro de los vagones de un tren sin paradas de descanso, y de vuelta al mar, esta vez en el Pacífico. Los días se convirtieron en semanas y muchos no sobrevivieron la travesía. Pero Baltazar seguía en pie y esperanzado de encontrar fortuna al otro lado del mundo.

Según aparece documentado en la tesis de Anthony Castanha de 2004 (Pag. 275) y en otros escritos sobre el incidente, el barco en que venían Baltazar y el resto de los boricuas desde San Francisco, se llamaba el Pekin. Este atracó en Honolulu en enero 16 de 1901. Luego del extenso viaje los tripulantes estaban inquietos, desesperados y hambrientos. Las comidas escaseaban y solo les habían dado un poco de arroz y pan la noche anterior. Esa mañana no hubo desayuno.

Los dirigentes del barco dividieron al grupo en dos. El primer grupo con 280 pasajeros zarparía para la isla de Maui en un barco llamado Helene, el segundo para la isla de Hawai en un barco llamado Keauhou. En este segundo grupo iría Baltazar. El barco no zarparía hasta las 2 de la tarde y la tripulación no había probado bocado desde la noche anterior. Para colmo de males, no se les permitía el libre desembarco. 

Una vez dieron las 2:00 pm el barco zarpó como planificado.  Los boricuas aún hambrientos preguntaron por la comida. A lo que el cocinero les contestó que no habría comida ese día. Estos siguieron exigiendo hasta que el cocinero enojado, tiró de mala gana algunas piezas de pan al suelo, donde se solía mantener el ganado. El incidente se convirtió en revuelta. Los boricuas en un acto de rebeldía, se arrancaron del pecho sus “bangos”, una pequeña placa de metal con sus nombres y la que llevaban en la solapa. Las tiraron al mar.

Los dirigentes del barco observando lo que sucedía, se hicieron de la vista larga, les dieron la espalda y continuaron con la travesía. Esto enfureció a Baltazar, y en un arranque de bravura sacó la cuchilla que cargaba desde hace años y la puso de mala gana sobre el cuello del timonero del barco, amenazando con matarlo si no regresaba el barco al muelle. El resto de los boricuas se unieron en la exigencia.

El Capitán Olsen, trató de inmediato rescatar al timonero, pero al ver que los boricuas se habían amotinado, mandó a soltar ancla y comenzó a hacer señas hacia el muelle para traer a la policía. Una vez  la policía subió al barco, el alguacil Chillingsworth envió a dos oficiales a arrestar a Baltazar. Pero nuevamente los boricuas se unieron, se amotinaron y dijeron que si lo arrestaban, el barco jamás zarparía, que lucharían contra ellos de ser necesario.

El capitán y el alguacil se reunieron, ya que no sabían que hacer con aquella situación. Finalmente, viendo tanta determinación, procedieron a favor de los boricuas. Decidieron que lo mejor era darles de comer inmediatamente para evitar más revueltas. Luego de proveerles alimentos y dejarlos satisfechos, el barco zarpó hacia la isla de Hawai sin más incidentes. La noticia apareció al día siguiente, en un ejemplar del periódico Pacific Commercial Advertiser en Honolulu, “Ship Captured by Portoricans”.

Gracias a los reclamos de Baltazar Fortuño y sus seguidores, el Comisionado por Puerto Rico en Washington, Federico Degetau, ordenó una investigación de los hechos, en la que declaró el gobernador de Hawaii, Sanford B. Dole, el presidente de la HSPA, Mr.Shaefer y el defensor armado de la tripulación, Baltazar Fortuño La Roche.  Degetau hizo un reclamo constitucional basándose en la Ley Foraker, que le permitía ejercer como representante del pueblo de Puerto Rico, en este caso, de los emigrantes puertorriqueños en Hawaii. 

Aunque no hubo repercusiones inmediatas para el gobierno de Hawaii por los atropellos, se les aseguraron mayores seguridades sobre derechos y trato, no solo a los protestantes, sino a todos los puertorriqueños que viviesen en Hawaii o emigraran a esas islas desde ese día en adelante.

Baltazar finalmente llegó a la isla de Hawai donde trabajó muy fuerte por 18 años. Una vez ubicado en la isla del Pacífico, regresó varias veces a Puerto Rico para reunirse con su esposa Rosa Joaquina e hijos. Pero una vez hizo fortuna, tras años de arduo trabajo y ya entrado en edad para tanto trajín y viaje, regresó de forma permanente a Puerto Rico.  Baltazar murió un 19 de mayo de 1951 a los 86 años. Dejó como descendencia 9 hijos.

Baltasar fue el padre de Luis Fortuño Janeiro, creador del Album Histórico de Ponce (1692-1963) y dueño de la Imprenta Fortuño en esta ciudad. Abuelo de la historiadora ponceña Ruth Fortuño de Calzada.

Screen Shot 2020-02-20 at 6.16.03 PM

Para aportar nueva información o conectar con los descendientes, puede entrar en la página Familia Fortuño en Facebook.

5 comentarios en “Baltazar Fortuño y el barco capturado por boricuas

  1. ¡Muy bueno Andrés!!! La historia es la historia. Creo que sería bueno saber qué más hubo en St. Thomas y cómo se separaron los nueve hermanos.

    Me gusta

Deja un comentario