La bendición de Don Rafael

Rafael Fortuño Sellés y Socorro Ramírez de Fortuño
Rafael Fortuño Sellés y Socorro Ramírez de Fortuño

Por Andrés Fortuño Ramírez

Aunque mucho me hubiera gustado, no llegue a tiempo para conocer a mi abuelo paterno. Las Parcas del destino ya le tenían otros planes desde antes de yo nacer. Su nombre fue Rafael Fortuño Sellés, hijo de Agustín Fortuño La Roche, un industrial, comerciante, escribiente y tenedor de libros en Puerto Rico. Rafael nació en 1902 en San Lorenzo, Puerto Rico.

Don Rafael, como le conocían todos, fue el menor de 7 hijos del primer matrimonio de Agustín con Justina Sellés Aponte. Luego se añadieron 8 hermanos más luego de la muerte de Justina,  ya que Agustín se volvió a casar, esta vez con Carmen Aponte Ramírez. Siendo esta segunda esposa prima hermana de la primera, aún con el cambio de administración todo quedó en familia.

Cuando joven, Rafael se fue a estudiar ingeniería en la Universidad de Puerto Rico, recinto de Mayagüez.  Ahí estudió por varios años. Pero por razones que desconocemos tuvo que regresar a San Juan poco antes de graduarse.  Sin embargo, siendo otros tiempos y habiendo terminado la mayoría de sus estudios, trabajó toda su vida como ingeniero civil, tanto en proyectos privados como del gobierno.

Fue en esos años que conoció a mi abuela, Petra regalada del Socorro Ramírez, mejor conocida como Doña Socorro. Para esos tiempos mi abuela vivía en la casa #61 de la calle del Parque en Santurce y trabajaba como taquígrafa. Mi abuelo en la casa #30 de la Calle Central en la misma ciudad.  Socorro es hija de Tomás Ramírez Montalvo, nacido Cabo Rojo, quien fue industrial y más tarde  jefe de la estación del ferrocarril en Cabo Rojo, y de Laura Virginia Rodriguez Nazario. Fue nieta de José Ramírez de Arellano Irizarry y María Dorotea Montalvo Tellado.

Los que presenciaron este romance, aseguran que a pesar de sus grandes diferencias de carácter, mis abuelos se adoraban. Así que un 12 de abril de 1926 se casaron, luego tuvieron 3 hijos. Al primero le pusieron Rafael como su padre. Al segundo Francisco como el hermano de Rafael, también ingeniero civil. Al tercero, mi padre, lo llamaron Ramón en honor al tío Monche, otro hermano de Rafael y quien era en esos tiempos alcalde de San Lorenzo.

Las historias de mi abuelo Rafael son famosas en el folclor familiar, ya que era un hombre muy alegre y sumamente inventivo. Hasta diseñó varios muebles para su casa, entre los que siempre recuerdo un fantástico juego de comedor hecho en caoba. También era experto encontrándole el lado risible a cualquier situación. Al parecer ese era uno de sus mayores gustos en esta vida, reírse y hacer reír. Lema que hasta el día de hoy a mi me ha servido de norte.

Cuentan que en los velorios todo el mundo lloraba menos él. Razón por la que mis padres, aún de novios en esos tiempos, evitaban sentarse a su lado. Ellos sabían que aún cuando la que tropezaba frente a ellos era la muerte, Rafael aprovecharía la ocasión para sacarse un buen chiste.

Según nos cuenta una prima hermana de mi papá llamada Nora, en un funeral, los hijos y sobrinos de Rafael, aún pequeños, le preguntaron que qué era lo que repetían las damas en cada una de las letanías. Mi abuelo les dijo que decían «alza la mano». Entonces fue y se sentó en uno de los bancos de al frente de la iglesia, y cada vez que llegaba la parte del coro en la oración, Rafael levantaba la mano. Lo que hacía que todos los niños sentados atrás no pudieran contener la risa.

En otro de esos tantos funerales donde todos iban de negro y las mujeres no paraban de rezar el rosario, Rafael entró a la iglesia, esta vez se sentó en la parte de atrás. Luego de saludar a los familiares preguntó por su hermano Paco, y alguien le informó que se había quedado en la casa pues se sentía algo indispuesto.

Para esos días Paco había comprado un cómodo colchón de la marca Beauty Rest, muy de moda en aquellos tiempos. Para Rafael, pensar que su hermano descansaba en la casa en su nueva cama, mientras él se sometía a la lluvia de llantos y consuelos, fue suficiente motivo para encontrar en qué entretenerse.

Comenzaron las mujeres a rezar, frotando el rosario entre sus dedos y cantando en voz alta sus letanías: “Santa María, rogad por él” a lo que Rafael añadía en voz baja, en plena rima y entonación eclesiástica: “Dichoso Paco que está en su casa, descansando en su Beauty Rest”. Mis padres y demás familiares tuvieron que salir de la iglesia pues no podían contener la risa. No que Rafael quisiera ser irrespetuoso, simplemente enfrentaba la vida y también la muerte, de una forma más divertida.

Una vez terminó la misa, mis padres habían pensado hablarle a mis abuelos sobre sus planes de matrimonio. Pero entre las letanías, los chistes de mi abuelo y los regaños de la estricta abuela Socorro, la conversación se pospuso para una mejor ocasión. Pasaron los días, pero el momento indicado no llegó a tiempo, ya que poco después Rafael cayó en cama muy enfermo con leucemia.

Dicen que aún en sus últimos días nunca perdió el buen humor. Don Rafael solo tenía 54 años de edad cuando las Parcas del destino entraron al hospital a buscarlo. Al parecer las había hecho reír tantas veces en los funerales que estas decidieron llevárselo. Así no tendrían que esperar a que alguien muriera para escuchar sus jocosas historias.

A su velorio llegó un mar de gente y de todos los pueblos de la Isla. Cuentan que en la avenida Ponce de León en Santurce no cabía un alma. Don Rafael era muy querido no solo por su buen humor, pero porque lo mismo se sentaba a conversar con altos mandatarios en la Fortaleza, como con un obrero en algún bar de la calle Loiza. Para él todas las personas eran iguales, siempre y cuando supieran reír.

Poco tiempo después de su entierro y ya aplacada un poco la pena, mi padre, recién graduado de ingeniería civil,  pidió la mano de mi madre. El permiso lo otorgó mi abuela Socorro junto a mi abuelo materno Don Andrés Ramírez Rivera, un agrónomo y profesor de la UPR en Mayagüez.  Mi abuelo materno y mi abuela paterna son primos quintos. Sus tras-tatarabuelos, Andrés y Esteban Ramírez de Arellano de Lugo y Sotomator, eran hermanos.

También estuvo presente mi abuela materna, Doña Amelia Colón Meléndez, original de Orocovis. Sin embargo, en un gesto más bien conmemorativo, mis padres decidieron ir a la tumba de mi abuelo Rafael para pedir una última bendición.

Llegaron al cementerio, donde todavía estaban las bases de las coronas que en su momento engalanaron aquella tumba. El día estaba algo lluvioso y las nubes entraban y salían a su antojo. Pero en uno de esos instantes en que se despejó el cielo, se colaron en suelo sagrado algunos rayos de sol, haciendo brillar un objeto que se escondía entre las hojas secas. Mis padres removieron con las manos los escombros y encontraron tres pequeñas letras doradas. De seguro retazos de alguna de las viejas coronas.

Las letras eran la A, la G y la O. Estas son las tres letras que componen el apodo de mi madre, Ago. Un diminutivo de su nombre, Milagros. En ese momento entendieron que Don Rafael aún no se había ido, no sin antes dejarles saber que tenían su aprobación. Ya van más de 56 años de este suceso y aún mis padres conservan aquellas tres letras junto a la fotografía de Don Rafael. Quien luego de reír toda una vida volvió a burlarse de la muerte, esta vez para dar su última bendición.

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Una quiebra y una intrigante carrera militar tardía

José Fortuño Ferrús y José Fortuño La Roche
José Fortuño Ferrús (izquierda) y José Fortuño La Roche (derecha).

Por José Ramón Fortuño Candelas

Los José Fortuño en La Gaceta de Puerto Rico

Este artículo está basado en las referencias a «José Fortuño» encontradas en La Gaceta de Puerto Rico. La Gaceta era el periódico oficial del gobierno de Puerto Rico y  estuvo publicándose desde 1806 hasta el 1901.  El índice preparado por la Biblioteca del Congreso cubre los años de 1836 a 1922. Al final se contrasta parte de esta información con el expediente militar de José Fortuño Ferrus, obtenido .

El índice se encuentra en http://chroniclingamerica.loc.gov/.  

En La Gaceta encontramos referencia a dos personas de nombre José Fortuño: una que vivió en San Juan entre 1869 y 1872 y la otra que vivió en Utuado entre 1890 y 1898.  Tenemos suficientes razones –pero no absoluta certeza– para concluir que el primero es José Domingo Fortuño Ferrús.  El segundo, afirmamos con certeza que es José Fortuño Larroche y Grant, hijo del primero, ya que éste residió en Utuado a finales de siglo y en el periódico se le menciona como José Fortuño y Grand.

En este artículo hablaremos del padre, José Fortuño y Ferrús.

José Fortuño Ferrús

José Fortuño Ferrús, que vino a Puerto Rico en el año 1847 como ayudante del Gobernador General Juan Prim y Prats.  Luego del breve periodo de gobernación de Prim, José Fortuño Ferrús se traslada a Saint Thomas y allí se casa con Carolina Larroche y Grant. Es en Saint Thomas- entonces dependencia de Dinamarca -donde nacen algunos de sus hijos, entre ellos José nacido en 1862.

Para el 1870 se menciona en La Gaceta que José Fortuño residía en el “Distrito de San Francisco”, lo cual correspondería a la sección de la Capital de la Calle y Parroquia de San Francisco del Viejo San Juan.

En ese mismo año, hay referencias en el periódico de que José Fortuño participó en varias actividades benéficas.  En una de ellas aporta en junio 4 pesos a una colecta por los huérfanos de un caballero, y en la otra participa de una colecta en favor del Asilo de Beneficencia de la Ciudad Capital y aporta otros 4 pesos.  Al parecer ya estaba establecido en la ciudad y disponía de alguna holgura económica.

Sin embargo, esa situación parece que no duró mucho, ya que en 1871 radica una quiebra.

El 27 de octubre de 1871 el Juez de Paz del Distrito de San Francisco y Alcalde Mayor accidental, don Baltazar Paniagua informa y la Gaceta publica el 2 de noviembre que “Por la presente hago saber: que en audiencia de este día ha sido declarado en quiebra don José Fortuño del comercio de esta plaza…”.

A continuación, en los meses que siguen, aparecen varios edictos relacionados con la quiebra, colocados por don Rafael Palacios, Comisario de la Quiebra de don José Fortuño y por don Venancio Zorrilla y Arredondo, Alcalde Mayor de la Capital, todos con información sobre los trámites de dicha quiebra.  

Se menciona en los últimos edictos que José había llegado a acuerdos con los acreedores “Se aprueba el convenio celebrado con sus acreedores… y que se haga entrega a Fortuño de sus bienes depositados, alzándose su arresto y en completa libertad, cancelándose la fianza que prestara…”  Aunque no consta que haya estado preso, sí es evidente que este proceso judicial fue muy difícil para José Fortuño Ferrús.

Se establece, además que había sido “convenido pagar a sus acreedores por cuartas partes comenzando el primer plazo en todo Abril de 1873, y así sucesivamente todos los últimos días de los meses de Abril de los años subsiguientes, hasta el total solvente.”  Se entiende, por tanto, que habría de estar cuatro años hasta terminar de pagar sus deudas.

José Fortuño y Ferrús, sin embargo y según su expediente militar, aparece en diciembre de 1873 formando parte de una Compañía militar movilizada en su pueblo originario, Benisanet. Participó con el rango de Capitán en la Tercera Guerra Carlista, lo que ha sido narrado ya en otro artículo en este mismo blog.

Desconocemos, y queda abierto para investigación, si José Fortuño Ferrús cumplió definitivamente con los términos del convenio de la quiebra, si su partida hacia España tiene que ver con eso, cuándo regresó a Puerto Rico y sus sucesivos viajes entre la Isla y la Península, donde murió en 1895.

Prudencias Judiciales

La Gaceta de Puerto Rico, Año 1871, Núm. 136, p. 2, 14 de noviembre de 1871.

 

Providencia de este día

La Gaceta de Puerto Rico, Año 1871, Núm. 151, p. 3, 19 de diciembre de 1871.

 

Escribanía pública

La Gaceta de Puerto Rico, Año 1872, Núm. 1, p. 3, 2 de enero de 1872.

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Baltasar Fortuño Ferrús en La Gaceta de Puerto Rico

Baltasar Fortuño, tumba y hospital
Tumba de Baltasar Fortuño Ferrús en Barcelona, cementerio de Montjüic. Recorte de periódico La Gaceta de Puerto Rico 1868. Hospital donado por Baltasar a Benissanet.

Por José Ramón Fortuño Candelas

Baltasar (o Baltazar) Fortuño Ferrús aparece en La Gaceta de Puerto Rico por primera vez en 1860, en un listado de la oficina de correos sobre personas que tienen correspondencia retenida por falta de franqueo.

La siguiente entrada ocurre en 1868, cuando se notifica que ha dejado voluntariamente el puesto de Médico titular de Humacao.  La nota se publica para solicitar candidatos a la vacante e indica que el salario era de 1,600 escudos anuales y que tenía la obligación, además, “de asistir a los presos de la cárcel pública y propagar la vacuna”.

Podemos suponer que de ahí en adelante se dedicó a la práctica privada de la medicina en el pueblo de Humacao, ya que casi todas las siguientes entradas lo ubican en dicho pueblo y como médico.

A través de los próximos años aparece haciendo donativos a varias causas y en listados de deudas que tenían los municipios por sus servicios médicos.

Tuvo intervenciones políticas en el periodo liberal, alrededor del 1870, pues aparece como Síndico del pueblo de Humacao. Como parte de la administración municipal participa de declaraciones políticas, significativamente una en repudio del asesinato del General Juan Prim.

Hace una aportación para la construcción de un monumento al General Baldomero Espartero en la ciudad de Logroño.  El general era una figura muy importante como militar y político.  Fue un laureado jefe militar y abrazó la causa del liberalismo.  Fue Jefe de Gobierno y Regente del Reino en varias ocasiones. Durante su gobierno, el general Juan Prim le ofreció la corona de España, lo que rechazó.

En el 1876 aparece una curiosa entrada, en la cual el Municipio de Cayey consigna en su presupuesto el pago de 40 pesetas por servicios prestados.  Sabemos que su hermano, Jaime, ejercía la medicina en dicho pueblo.

Saltamos a 1898, donde aparece como tutor de de la menor Teresa Fortuño y Nogueras en un trámite de herencia de una finca.  Podemos asumir que no se encontraba para esta fecha en Puerto Rico, pues el trámite lo realiza don Miguel Fretó y Moles, como apoderado de Baltasar.  Sabemos que Baltasar se había trasladado a España, donde muere en 1901.

Otra entrada de interés es una relación de los médicos cuyos títulos aparecen registrados en los libros correspondientes a la extinguida Subdelegación y Cirugía de Puerto Rico, desde el año de 1846, hasta el de 1897.  Por este listado podemos saber que Baltazar Fortuño obtuvo su título de Licenciado en Medicina el 22 de mayo e 1858, en Barcelona.

Siguen las referencias, todas de La Gaceta de Puerto Rico, según el índice de la Biblioteca del Congreso, disponible en http://chroniclingamerica.loc.gov/.

Entradas relacionadas con Baltasar (Baltazar) Fortuño Ferrús en La Gaceta de Puerto Rico

En listado de personas cuyas cartas aparecen detenidas en el correo por falta de franqueo. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1860, Núm. 123, p. 4, 13 de octubre de 1860.

La Gaceta de Puerto Rico, 1860
Baltasar Fortuño Ferrús en La Gaceta de Puerto Rico, 1860

Se notifica la renuncia de Baltasar Fortuño a la plaza de Médico titular de Humacao, que tenía un sueldo de 1,600 escudos anuales.  Se publica para buscar sustituto. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1868, Núm. 57, p. 4, 12 de mayo de 1868.

-Ídem. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1868, Núm. 62, p. 4, 23 de mayo de 1868.

-Ídem. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1868, Núm. 63, p. 4, 26 de mayo de 1868.

En relación de médicos cuyos gastos de viajes deben ser satisfechos por los municipios. Naguabo, 168 pesos. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1868, Núm. 102, p. 1, 25 de agosto de 1868.

En relación de médicos cuyos gastos de viajes deben ser satisfechos por los municipios.

-Yabucoa 104 pesos

-Piedras 168 pesos

-Naguabo 48 pesos

La Gaceta de Puerto Rico, Año 1868, Núm. 102, p. 2, 25 de agosto de 1868.

Relación de suscriptores al Empréstito Voluntario en  Bonos del Tesoro abierto por decreto del Gobernador General el 27 de noviembre de 1869. Jaime Fortuño, Humacao, 600 escudos. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1870, Núm. 3, p. 2, 6 de enero de 1870.

Baltazar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico, 1868
Baltazar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico, 1868

Se le agradece, de parte del Gobernador, junto a otros dos médicos los servicios voluntarios a miembros del ejército. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1870, Núm. 5, p. 4, 11 de enero de 1870.

Aparece en listado de contribuyentes a favor de los huérfanos de don Gonzalo Castañón, asesinado en Cayo Hueso.  Aporta 10 escudos. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1870, Núm. 52, p. 1, 30 de abril de 1870.

Aparece en listado de contribuyentes a la creación de la Guardia Civil, en Humacao, aporta 2 escudos. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1870, Núm. 59, p. 4, 2 de julio de 1870.

Aparece en listado de contribuyentes al Asilo de Beneficencia. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1870, Núm. 110, p. 1, 13 de septiembre de 1870.

Aparece como Síndico del Ayuntamiento de Humacao en declaración en repudio a informes aparecidos en periódicos de Madrid sobre la situación de Puerto Rico.La Gaceta de Puerto Rico, Año 1871, Núm. 19, p. 2, 14 de febrero de 1871.

Baltasar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico, 1871
Baltasar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico, 1871

Aparece como Síndico del Ayuntamiento de Humacao en declaración en repudio al asesinato del General Juan Prim. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1871, Núm. 14, p. 1,. 2 de febrero de 1871.

Relación de individuos que se han suscrito para socorrer a las familias indigentes de la Ciudad de Point-a-Pitre, con motivo del incendio ocurrido en dicha Capital. Cayey, 2,25 pesetas. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1871, Núm. 114, p. 2, 23 de septiembre de 1871.

Relación de individuos que se han suscrito para contribuir a construir un monumento en la Ciudad de Logroño en honor a Baldomero Espartero. Humacao, 2,5 pesetas. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1872, Núm. 32, p. 2, 14 de marzo de 1872.

En listado “Estado que demuestra la votación de la mesa definitiva en todos los colegios electorales de esta provincia”, aparecen como “Secretarios escrutadores”.  En Humacao, Baltasar aparece segundo con el número 91 al lado. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1872, Núm. 41, p. 2, 4 de abril de 1872.

Aparece en Presupuesto del Pueblo de Piedras (Las Piedras), donde se consigna el pago de 480 pesos por “reconocimientos y autopsias de años anteriores”. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1874, Núm. 129, p. 4,. 27 de octubre de 1874.

En el presupuesto del Pueblo de Cayey, “Por lo que se le adeuda a Dr. Don Baltazar Fortuño”, 40 Pesetas. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1876, Núm. 7, p. 3,. 15 de enero de 1876.

Baltasar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico 1898
Baltasar Fortuño Ferrús, La Gaceta de Puerto Rico 1898

Aparece como tutor de de la menor Teresa Fortuño y Nogueras en un trámite de herencia de una finca. La Gaceta de Puerto Rico, Año 1898, Núm. 100, p. 4,. 28 de abril de 1898.

Junta de Sanidad de San Juan, Relación de los médicos cuyos títulos aparecen registrados en los libros correspondientes a la extinguida Subdelegación y Cirugía de Puerto Rico, desde el año de 1846, hasta el de 1897. Baltazar Fortuño Título: Licenciado, Barcelona, 22 de mayo de 1858.  La Gaceta de Puerto Rico, Año 1899, Núm. 272, p. 2, 17 de noviembre de 1899.

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En la Expo del 92

Expo 92, 5ta avenida de Europa
Exposición Universal 1992, Sevilla, España

Por Andrés Fortuño Ramírez

Salida desde Puerto Rico

Todavía recuerdo el día en que me llegó la carta. Yo vivía en un apartamento en el Viejo San Juan el cual estaba organizando pues andaba en planes de mudanza. También recuerdo que era viernes y cerca del medio día cuando escuché el típico cascabeleo que hacían las llaves del cartero cada vez que llegaba. Salí corriendo al pasillo pues presentía que por fin había llegado una respuesta.

Sinceramente no sabía qué esperar, ya que más de mil quinientos jóvenes habían solicitado y solo escogerían cincuenta para trabajar en el Pabellón de Puerto Rico. Hay que entender que viviendo en una isla tan pequeña, en el medio del Caribe, el solo pensar en trabajar representando a la patria en su primera participación en una Exposición Universal de tal envergadura, vamos, que para nosotros tenía todo el encanto de un cuento de hadas.

Los requisitos para entrar al programa de trabajo llamado Ventana al Mundo eran los siguientes: Haber estudiado o estar estudiando en una universidad en Puerto Rico, estar entre las edades de 19 a 29 años, hablar fluido español e inglés y comunicarse bien en un tercer idioma, y pasar con éxito tres entrevistas. Desde el día en que llené la solicitud hasta la llegada de esa carta pasaron más de seis meses.

Pero bueno, por fin me habían enviado una respuesta. Abrí aquella carta con la misma formalidad y emoción que se abren los sobres para los premios Oscars, comencé a leer en voz alta. “Queremos felicitarlo pues usted ha sido seleccionado para participar…”. Juro haber escuchado el publico aplaudiendo y hasta pidiendo mi pequeño discurso de aceptación.

Corrí al teléfono, llamé a mis padres y a todos los que de alguna forma u otra habían tenido que soportar mi desespero en los meses anteriores. Yo había comenzado a dar las gracias, pero los fantásticos eventos que iba a presenciar aún estaban por rodarse. Quizás es el poder de la intensión.

Pasamos 3 meses de preparación, acuartelados en la Universidad de Puerto Rico. Hasta que finalmente llego el día para irnos a España. Nos reunimos todos en el aeropuerto, sacamos nuestra bandera mono estrellada y cantamos el himno nacional como quinientas veces. Iberia, mucho vino tinto y a tratar de dormir durante la travesía.

Llegada a España

Esa mañana llegamos a Madrid, cansados luego del largo viaje. Teníamos unas horas libres antes de tomar el vuelo para Sevilla, así que entramos al aeropuerto para comer algo antes de partir. Unos años atrás yo había estado en el aeropuerto de Barajas con mi familia, por lo que me traía muy buenos recuerdos. Pero cuando entramos al lugar aquello parecía un campo de batalla.

Hacía unos días que los trabajadores del servicio de basuras de Madrid estaban en huelga. Así que todo el aeropuerto, desde el suelo y los latones de basura, hasta las mesas, todo estaba lleno de papeles, vasos, desperdicios y cubiertos. Un lugar muy diferente al que yo recordaba. Daba la impresión de que allí había estallado una bomba y la basura había volado hacia todas las esquinas.

Nuestro vuelo a Sevilla no tardaría, así que luego de un café y un delicioso bocadillo, partimos con la misma ilusión con la que llegamos, eso si, esperando otro tipo de bienvenida en la próxima parada. Pero es que no era para menos, España entera estaba revuelta; la Expo en Sevilla, las olimpiadas en Barcelona y Madrid había sido designada capital cultural europea, y todo ese mismo año.

Una vez en el aeropuerto de Sevilla, nos montaron en un autobús para llevarnos a las casas donde nos hospedaríamos. Un reparto cerca del centro, al lado de un pueblito llamado Tomares. Recuerdo que ya era de tarde, hacía bastante frío y en el camino nos pusimos todos a cantar. Todo iba viento en popa hasta que escuchamos aquel “hostias” que se sacó el chofer, seguido de un fuerte sonido de un cristal roto. Estábamos siendo atacados.

Desde un puente peatonal, habían colgado una soga con una enorme roca atada en la punta. Justo antes de que pasara nuestro autobús la dejaron caer. La roca impactó el cristal de al frente y los vidrios saltaron, cortando a algunos de los funcionarios que iban en los asientos de al frente. La emoción seguía creciendo.

Luego nos enteramos de que había grupos posiblemente políticos, que se oponían al magno evento. Pero para ser sincero, para nosotros todo esto le añadía más morbo y emoción a nuestro viaje.

Finalmente nos instalamos en Sevilla un mes antes de que abriera la Expo, así que tuvimos tiempo para ajustarnos, sacar los permisos de trabajo, ordenar otros documentos y claro, ubicar el hipermercado más cercano para hacer nuestras compras. Una vez la Expo abrió sus puertas, estábamos más que listos para “meterle caña” al evento.

En la Expo

Cómo comenzar a hacer los cuentos. Ya llevábamos un mes instalados en aquella magnífica ciudad y por los próximos 6 meses seríamos testigos de uno de los mayores eventos del siglo XX, la Exposición Universal del 92 en Sevilla.

España estaba abarrotada de visitantes, ese año era el centro del mundo. Desde altos funcionarios, presidentes, cantantes y autores, hasta lo último en adelantos tecnológicos, obras de arte, piezas de teatro y ópera. Todo y todos estaban allí y a nuestra disposición.

Eso si, primero tendríamos que hacer nuestros turnos diarios de trabajo y atender al público que llegaría a visitar nuestro pabellón. Todos estábamos claros de que nuestra misión principal era promover nuestra patria ante el mundo. Trabajo que hicimos con muchísimo gusto y orgullo. Ahora, en nuestro tiempo libre, sabíamos que el mundo sería nuestro.

De más está decir que el espacio para la Expo en la isla de la Cartuja era verdaderamente impresionante, hasta los puentes para entrar al lugar eran arquitectónicamente increíbles. Las calles impecables, sistemas de agua para refrescar la temperatura, restaurantes, pabellones de todas formas y colores, fiestas, cabalgatas, música. Un festín en todos los aspectos, todos los días.

Gracias a la música que presentábamos todas las noches, nuestro pabellón se convirtió en uno de los más populares. Creo hasta lo apodaron con el nombre de “el pabellón de la salsa”. Conocidos grupos de música viajaban desde Puerto Rico semana tras semana para presentarse en la tarima. También contábamos con un cine y una enorme pantalla semi-esférica donde se presentaba una película con bellas escenas de nuestro país. Además, el pabellón ofrecía otras exhibiciones que recibían cientos de visitantes diariamente.

Fue uno de esos días en que nos visitó la famosa duquesa de Alba, Doña Cayetana. Recuerdo que uno de nuestros compañeros al verla entrar, nos llamó desde la mesa de recepción advirtiéndonos que había entrado una señora sospechosa, algo desaliñada, que por favor le “echáramos el ojo”.

La duquesa andaba con el cabello despeinado, unas enormes gafas de sol y un vestido para nosotros algo extraño, posiblemente un exótico modelo de alta costura. Pero como se había regado la voz por toda la Expo sobre posibles atentados terroristas, la fabulosa y mal endilgada señora calló bajo nuestro escrutinio. Igual la vimos entrar y pasearse por las exhibiciones, luego desapareció entre la muchedumbre.

Aparte de ver celebridades por la calle todos los días, fuimos a conciertos de Elton John, María Bethania, Luis Miguel, Andrew Lloyd Webber y Sarah Brightman, Celia Cruz, Plácido Domingo y Monserrat Caballé entre otros. También nos visitaron en el Pabellón los reyes de España y muchísimas otras figuras de importancia mundial.

Recuerdo el día en que estreché la mano de Gabriel García Márquez en el pabellón de Colombia. Uno de los ujieres de ese pabellón andaba de novio con una puertorriqueña, guapísima y muy amiga mía. Así que nos consiguió entradas para una pequeña recepción que le tenían al famoso escritor. Ese día todo el mundo había llevado algún libro de su autoría para ser autografiado. Yo no cargaba con ninguno.

Igual hice la cola y esperé mi turno. Una vez llegué a la mesa donde el Gabo estaba sentado, admito que me puse algo nervioso. No solo era uno de mis escritores favoritos, pero yo no tenía un libro para darle a firmar. Recuerdo que él me miró y extendió la mano de forma rutinaria para que le pasara el libro que yo quería firmara. Yo extendí mi mano y le dije: “no, no traigo un libro conmigo, solo quería conocerle, pero puede firmar la palma de mi mano”. El sonrió, escribió su firma con tinta y me dio un apretón de manos.

Cuanto quisiera decirles que ese día sentí un “corrientazo” con el que me pasó algo de su genial escritura. Pero no, ese día fue como cualquier otro en la Expo, uno donde todos los héroes, príncipes y vagabundos se paseaban por tu lado sin llevar sus méritos o desdichas colgadas en la solapa. En esos días todos andábamos como niños, simplemente celebrando la humanidad.

También recuerdo el día en que anunciaron la llegada de Fidel Castro a la Expo y las protestas clandestinas. Las violentas noticias en la tele sobre la independencia de Bosnia. El ícono que desapareció del pabellón de Rusia y que aún al día de hoy, creemos durmió en nuestra casa una noche sin habernos enterado. La feria de abril, la maravillosa Semana Santa, los gitanos que conocimos en nuestro camino y con quienes llegamos a escuchar canto hondo en Granada. También los largos viajes en tren a otras ciudades.

Como olvidar las vistas desde la giralda, las exhibiciones con obras de Frida Kahlo o Picasso, las del Vaticano con Caravaggio, Da Vinci y Botticelli. Llegar a una ópera y ver todo el teatro levantarse del asiento en lo que la reina de Holanda o los entonces príncipes de Gales Diana y Carlos se sentaban. Sinceramente fueron momentos irepetibles. Yo creo que todos tuvimos la misma extraña sensación de vacío el día en que cerró la Expo.

Regresé a Sevilla diez años más tarde con uno de mis mejores amigos. Para mi fue como visitar los restos del Titanic. Pasear en esta ocasión por las calles vacías. Muchos de los edificios ya no estaban. Malas hierbas saliendo entre las grietas, otros edificios ya abandonados. En un momento cerré los ojos y le dije a mi amigo: “De verdad, no te imaginas lo que fue esto. Te aseguro que por seis meses este fue el centro del universo”. Abrí los ojos, cruzamos uno de los puentes y caminamos hasta el barrio Santa Cruz y con una Cruz Campo bien fría en mano le comencé a contar.

¡Siempre te querremos, Sevilla!

Expo Sevilla
Andrés Fortuño e Irene Borrás en el Pabellón de Puerto Rico en la Exposición Universal de Sevilla, 1992

 

 

Tomás Agustín Fortuño, caballero de primera clase

Tomás Agustín caballero de primera clase
Tomás Agustín Fortuño, caballero de primera clase

Por Andrés Fortuño Ramírez

Tomás Agustín Fortuño Mauricio, tenía 34 años cuando estalló la Primera Guerra Carlista en España (1833-1840). No conocemos a ciencia cierta su profesión antes de entrar al ejército, pero entendemos que se dedicaba a la administración y desarrollo de tierras en Benissanet. Como evidencia, tomamos las cartas escritas a la señora Nicolasa de Tavern, viuda de Balle (Familia Moragas en Barcelona) en las que le envía detalles sobre el arrendamiento de tierras para viñedos, cosechas de trigo y animales (no especifica), en la zona del Ebro (Libro: La correspondencia en la historia; modelos y prácticas de la escritura epistolar por Carlos Sáez y Antonio Castillo Gómez). También sabemos que se registró tan pronto comenzó la guerra y que fue un laureado militar a favor de los Isabelinos.

Tomás Agustín es mi tras-tatarabuelo. Nació un 19 de abril de 1799 en Benisanet, un pueblo de la provincia de Tarragona, Cataluña, España. Fue hijo legítimo de Pedro Jayme Fortuño y Mariana Mauricio Franquet. Se casó con Teresa Ferrús Bladé y tuvo varios hijos, entre estos a José, Jaime y Baltasar, quienes emigraron a Puerto Rico.

Hasta ahora solo le conocemos un hermano llamado Pedro Fortuño Mauricio, ya que lo mencionan en varios documentos de la época, este hermano era farmacéutico. También mencionan a la hija de Pedro, Doña Carme Fortuño Sentís, a la que llamaban “la senyora Carme de Potacari”. Doña Carme fue madre de Joan Baptista Bladé Fortuño, padre del conocido periodista y escritor catalán, Arthur Bladé Desúmvila.

La Primera Guerra Carlista, también conocida como la guerra de los 7 años, fue una guerra civil entre dos bandos que buscaban ocupar el trono español. Por un lado los Carlistas a favor de Carlos de Borbón y un régimen absolutista. Por el otro los Isabelinos a favor de María Isabel Luisa, mejor conocida como Isabel II, quien a penas tenía 3 años de nacida.

El conflicto comenzó cuando Fernando VII, padre de Isabel, dejó a su hija como heredera del trono antes de este morir. Esto provocó que el hermano de Fernando, Carlos María Isidro de Borbón se revelara ante tal decisión e intentara proclamarse rey. Por ser todavía una niña Isabel no podía gobernar, así que su madre, María Cristina de Borbón, sirvió como regente hasta su mayoría de edad.

Para ese entonces Tomás Agustín vivía en Benissanet, uno de tantos pueblos a orillas del río Ebro. Hay que entender que para estos tiempos, la actividad mercantil y militar dependía en gran medida de los cuerpos de agua. Entre estos estaba el Ebro, río más caudaloso en España y segundo en la Península Ibérica. Este cruza desde Cantabria, hasta su desembocadura en el Mediterráneo.

Quien dominaba el Ebro, tenía la llave de toda la región. De seguro Tomás Agustín tenía esto claro, y sabía que eventualmente la guerra vendría a tocarle a la puerta. Entonces en vez de esperarla, decidió enfrentarla y se listó en el ejército.

Según aparece registrado en los Archivos Militares de Segovia, Tomás Agustín se entregó de lleno a la vida militar, inclusive aún después de terminada esta guerra, ya que estuvo 19 años de servicio. En sus expedientes aparecen registradas toda clase de proezas y valientes defensas. Entre ellas las del fuerte de Mora del Ebro, las del castillo de Flix, la defensa de Gandesa, Benissanet y el Pueblo de la Granja, la de Tortosa y otros pueblos en la zona de Tarragona.

Pero entre las más importantes se encuentra la defensa de Mora de Ebro en 1837, donde se destacó y por la que recibió la Cruz Laureada de Primera Clase de la Real Orden Militar de San Fernando, convirtiéndose en caballero de esa orden por decreto de la Reina Isabel II.

Para ese año Tomás Agustín era Subteniente del Batallón Nacional de Gandesa, y le tocó, desde el 29 de Julio hasta el 30 de Agosto, defender heroicamente el fuerte de Mora de Ebro, situado por Ramón Cabrera, con 4 piezas de artillería de grueso calibre. La hazaña le valió además el ascenso a Subteniente de Milicias Provisionales. El documento oficial aparece firmado por un notario real, ya que Isabel aún era una niña. (Fuente Archivos Militares de Segovia).

Según certifica con puño y letra Don Leopoldo de Gregorio, coronel del cuerpo de batalla y jefe de aquella compañía, Tomás Agustín sirvió por 19 años en el ejército y ocupó los siguientes puestos militares:

– Subteniente movilizado del partido nacional de Gandesa (1834)

– Subteniente abanderado del mismo (1836)

– Capitán del partido Nacional de Gandesa (1838)

– Capitán de Infantería (desde finales de la guerra en 1840 hasta su retiro 10 años más tarde).

En sus expedientes aparece una carta a puño y letra de Tomás Agustín, en la que menciona muchos de los ataques en los que participó y los nombres de famosos generales y capitanes con quienes lucho mano a mano.

Entre estos está el Capitán Don Salvador Desúmvila Sabaté, quien antes de entrar al ejército era farmacéutico y al parecer guardaba buena relación con Tomás Agustín. También habla del Capitán Don Antonio de Castellón, y de los servicios prestados a Don Francisco Javier Girón, II Conde Ahumada y V Marqués de las Amarillas. Entre sus contrincantes vale la pena mencionar su defensa ante las acciones rebeldes de Ramón Cabrera, I duque de Maestrazgo, en las que Tomás Agustín salió victorioso.

Tomás Agustín se retiró del ejército en 1854 y aparece documentado en el libro Historia de la Milicia Nacional de Joaquín Ruiz de Morales, 1855. Más tarde reaparece su nombre en varias cartas que éste envió a Doña Nicolasa de Tavern viuda de Balle (Joan de Balle i Rüira) a Barcelona, en las que se deja entrever que estuvo a cargo de gestionar los bienes de una destacada familia tarraconense de apellido Moragas. En estas cartas se menciona el arrendamiento de tierras para la cosecha y el ganado en Benisanet.

Años más tarde su hijo José Fortuño Ferrús, luchó en la tercera Guerra Carlista (1872-1876), siendo un exitoso militar igual que su padre a favor de los Isabelinos liberales.

José Fortuño Ferrús y los Isabelinos

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Carolina La Roche Grant y José Domingo Fortuño Ferrús

Por Andrés Fortuño Ramírez

José Domingo Fortuño Ferrús, mi tatarabuelo paterno, fue un hombre de armas tomadas. Este luchó en el ejército de la reina Isabel Segunda de España en la Tercera Guerra Carlista (1872-1876), defendiendo ferozmente la provincia de Tarragona en Cataluña.

Los Isabelinos, buscaban hacer reformas sociales, favorecían la industrialización, el desarrollo de nuevas ideas morales y religiosas, el modernismo y el crecimiento de las clases burguesas y populares. Mientras que los Carlistas, bando contrario, luchaban por la defensa de la religión católica y sus estrictas reglas, la aristocracia y la monarquía tradicional.

José Domingo nació un 11 de septiembre de 1824 en un pueblo de Tarragona, Cataluña, llamado Benissanet. Con tan solo 23 años de edad, zarpó al Caribe en 1847 como asistente del Capitán General de Puerto Rico, Juan Prim Prats (El puesto de Capitán General era equivalente al de gobernador).

Luego de leer varios escritos sobre la vida y procedencia del General Prim, tengo grandes sospechas de que el puesto de asistente se le otorgó a José Domingo por vínculos de amistad y relaciones militares entre el General Prim y el padre de José Domingo, Tomás Agustín Fortuño Mauricio, quien también era militar.

Este puesto de Asistente solo duró cerca de un año, ya que el general Prim fue destituido de su cargo en 1848, luego de publicar e intentar ejercer su «Código negro».  Código que imponía represiones extremas en las islas del Caribe contra los esclavos de ascendencia africana.

Veintidós años más tarde, cuando el General Prim fue asesinado en 1870, Baltasar Fortuño Ferrús, hermano de José Domingo,  quien era entonces Síndico del Ayuntamiento de Humacao, aparece en La Gaceta de Puerto Rico declarando de forma pública su repudio hacia este asesinato. (Año 1871, Núm. 14, p. 1,. 2 de febrero de 1871).

Dado finalizado su cargo de asistente, y quizás desentendiéndose un poco del destituido General Prim, José Domingo se mudó a St. Thomas, isla que para ese entonces pertenecía a Dinamarca, y se dedicó al comercio marítimo. Ahí conoció a su esposa y madre de sus once hijos, una mujer de origen danés llamada Doña Carolina La Roche Grant.

José Domingo estableció negocios en St. Thomas y Puerto Rico, donde también era comerciante, y donde vivían dos de sus hermanos, Jaime y Baltasar, ambos médicos cirujanos. Pero ya pasados los cincuenta años de edad y tras una quiebra comercial, José Domingo regresó a su pueblo natal, Benissanet, donde ocupo varios puestos políticos y se entregó a la milicia.

José Domingo llevó sangre militar, ya que su padre, Tomás Agustín Fortuño Mauricio también fue capitán a favor de los Isabelinos en la primera guerra carlista (1834-1840). Este luchó junto al General Juan Prim Prats, quien se iniciaba en asuntos militares en esos años, y también se hizo capitán en esa guerra. Ambos, Tomás Agustín y Prim Prats recibieron la Cruz Laureada de San Fernando de primera clase por sus heroicas defensas.

Entonces no ha de extrañar que al re-iniciarse el conflicto Carlista en 1872, José Domingo decidiera regresar a España y unirse al cuerpo de voluntarios de Benissanet. Esta nueva lucha por el trono español había repercutido en las colonias, provocando cambios tanto políticos como sociales, afectando a muchos en el comercio.  Entre los afectados estuvo José Domingo, quien luego de su quiebra comercia y sin mucho que perder, decidió sumarse a la guerra.

Según aparece documentado en sus expedientes en el Archivo Militar de Segovia,  José Domingo luchó heroicamente en defensa de los pueblos de la Ribera del Ebro junto a los generales, Don Salvador Algueró y Monserrat (el moro de Mora), Don Manuel de Salamanca y Negrete, y el general Martínez de Campos.

Entre los castillos que defendió ferozmente se encuentran el de Miravet, el de Mora del Ebro y el fuerte de Flix. Una defensa que le valió grandes reconocimientos fue la de Mora del Ebro, capital de la comarca Ribera del Ebro y llave de este río. Mismo lugar que defendió su padre durante la Primera Guerra Carlista. En estas defensas José Domingo llevó los cargos de Capitán y Teniente de la Compañía Movilizada de Benissanet, luego Capitán de la Séptima Compañía del Cuarto Tercio de la Provincia de Tarragona.

Según aparece documentado en diferentes biografías, incluyendo la del conocido Moro de Mora, el general Salvador Algueró y Monserrat, los ataques y enfrentamientos fueron constantes, siempre saliendo victorioso el bando de los Isabelinos, rara vez perdiendo algún soldado o tan siquiera teniendo heridos. Aún en los casos en que los carlistas les superaban en armas y en cantidad de hombres.

Luego de terminada la guerra y años de lucha en defensa de los pueblos del Ebro, muchos de estos militares Isabelinos se encontraron nuevamente en el campo de batalla, pero esta vez luchando por sus derechos y otros méritos no reconocidos, solo por el mero hecho de pasar los 50 años de edad.

En el caso de José Domingo, según el Real Decreto del 22 de abril de 1876, este tenía derecho al puesto de Alférez para el ejercito en la isla de Cuba o el de Sargento primero y grado de Alférez para el de la Península Ibérica, pero por contar con 53 años de edad y no poder entrar en uno ni en el otro, se le propuso un destino civil de la categoría de Alférez (Oficial del ejército español cuyo grado es inmediatamente inferior al de teniente).

En otros casos, según aparece en una biografía del Moro de Mora en el libro titulado “Figuras y figurones”, dice: “Considerados inútiles para el servicio, no solo les quitaron las cruces ganadas en batalla, pero también el derecho a utilizar los uniformes y las armas. Todo porque pasan la edad de 50. A los carlistas, siendo vencidos, los condecoraron y los hicieron coroneles del ejército. Honores que arrebataron injustamente a los vencedores”.

José Domingo murió en 1895, en uno de sus constantes viajes entre Puerto Rico y España. Este dejó gran descendencia en Puerto Rico,  algunos emigraron a Chile, México y los EE.UU.  Jaime, el segundo hermano, también dejó gran descendencia, la que mayormente se quedó en Puerto Rico. Sin embargo Baltasar, el tercero, no tuvo hijos. Pero dejó como muestra de su paso por esta tierra un hospital para atender personas sin recursos económicos en su natal Benissanet, el que aún lleva una tarja que dice «Al poble de Benissanet, Baltasar Fortuño» y una vistosa tumba de mármol en el histórico cementerio de Montjuic en Barcelona.

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